von Paola Rivas
Finalmente hubo respuesta del tribunal con fecha para el juicio familiar y poner finalmente orden a tanta injusticia. El padre de mi hija afirmó que estaba seguro de que era mi intención „secuestrar“ a nuestra hija de Alemania a México y evitar que él se comunicara con ella. No tenía pruebas, ni correos electrónicos, boletos de avión ni recibos bancarios, nada. Esta acusación es ilógica e incluso ridícula, porque aunque este hombre me había dado la responsabilidad de seguir pagando un apartamento, él mismo había decidido rescindir el contrato del mismo sin previo aviso.
Cabe señalar que el alquiler de este apartamento antes de gastos adicionales era de €880 y él, no había pagado nada desde que abandonó el hogar en mayo. Pedí apoyo financiero al Estado en mayo, pero como todo proceso burocrático, lleva tiempo y no está en mi poder influir o controlarlo.
Llegó agosto, tres meses después de que el estado aprobara mi solicitud y depositara dinero a mi cuenta para cubrir los mismos tres meses de retraso de la renta (tengo recibos de pago del banco con nombre, fecha y concepto de pago). Mi exmarido no me dio ningún subsidio de separación ni pensión, nada. De ningún modo tendía yo una montaña de euros, le aseguré al juez.
Junto con mi segunda abogada y muchas horas de trabajo para mi defensa, reuní los documentos que pude presentar como evidencia de las mentiras, manipulaciones y abusos que habían ocurrido en mi contra. Este lugar llamado “Tribunal de Distrito” era tan grande y yo me sentía tan pequeña, y al mismo tiempo tenía que sacar fuerzas de lo más profundo de mi alma y luchar por mi derecho a ser madre, incluso en este hermoso y frío, país extranjero que estaba siendo tan difícil para mí. Solo tengo 2 oídos pero ocupaba escuchar con 3.
A mi lado izquierdo mi abogada, a mi lado derecho la traductora que me asignó el tribunal, al fondo de la sala un representante de la oficina de bienestar juvenil, frente a mí, mi abusador y verdugo con su respectiva abogada y al frente de sala el juez con su dispositivo en el que registraba cada acuerdo realizado. Después de varias y agotadoras horas, con dolor de cabeza por pensar en un idioma y obligarme a entender y traducir otro, se había llegado a un “acuerdo” que yo no estaba nada feliz de aceptar, sino más bien aceptarlo como última opción o resignarme a no tener nada.
Este 1er. juez decidió que mi pequeña hija, de apenas dos años, debía pasar dos semanas con cada padre y que mi exmarido debía traer a nuestra pequeña hija a mi casa en la tarde de ese mismo día. Desde ese día el desdén de mi exmarido, el padre de mi hija, creció hacia mi porque decidí no tener miedo y luchar y defenderme. Él estaba casi seguro de que lograría destruirme mentalmente en la agonía, el aislamiento y el dolor, y que casi con seguridad le entregaría a él nuestra hija y yo regresaría a México sola, derrotada, pero no fue así.
© Paola Rivas 2024-02-21