by Paola Rivas
El mundo, la existencia y sus bellezas, rodeados y envueltos en caos, a veces en un cálido día soleado, a veces bajo una mística luna roja. Un lado devora la luz y todo lo que existe, en el otro lado nacen galaxias y nuevas estrellas, no para que alguien las mire, solo existiendo la música cósmica.
¿Qué es la vida sino un propósito para servir? Un estado constante de prueba y error, con raras pizcas de dulzura y éxito. Como un sabor que elegir en la heladería de Dios. Encontrar para perder, tener pero no para poseer, amar para sonreír, recordar, dejar ir, aceptar el duelo, prepararse para el próximo sol.
Suspirar sin comprender las extrañas formas en que funciona el universo. La vida juega con la suerte, en el patio de recreo del espacio, escondiendo tesoros en el camino del tiempo, para que las almas disfruten de un ápice de alegría, tal vez solo por un corto tiempo.
Aunque el sol está afuera, no puedo sentir el calor. Mis pensamientos y deseos, todavía están contigo en ellos. No estoy segura de si hay una sensación de mantenerte, en ese lugar especial que construí solo para ti, en mi corazón y mi imaginación. Hago malabares con mi juicio, mi cordura juega con las emociones, todos tomados de la mano rodeándome mientras cantan una canción.
No estoy segura de si es una canción de cuna o una maldición que se está conjurando. Me gustaría tanto poder seguir llamándote “hogar”. Tenerte en mis brazos y que mi alma vuelva a nadar en tus ojos de mar. Verte mirándome como solías hacerlo cuando aún estabas enamorado de mí. Tan dulce, tan amarillo, surrealista, tan real…
Ser sostenida tras esta ventana oscura, donde la escarcha de la incertidumbre quiere reclamar mi esperanza como un trofeo en el muro de los fracasos. Me atreví a venir a ti como el nautilus, que casi nunca se encuentra en la superficie. Tener la voluntad de seguir adelante, ignorando cómo hacerlo.
Solo para compartir mi puro amor a la antigua usanza, mi devoción, mi servicio, mi corazón, mis manos y mi alma, y todo lo que viene con ello.
Hablo con el cielo y los árboles en mis noches tranquilas y solitarias, oliendo la tierra mojada después de la lluvia, recordando los tiempos en que éramos uno.
De todas las hermosas flores que existen, resulta que Dios me eligió para ser como el loto y aprender a crecer del lodo.
No para que me mantengan en entornos artificiales, sino en la naturaleza salvaje. Sin lodo, no hay loto. Lo bello no siempre es lo que llega con facilidad.
Ojalá pudieras encontrar el coraje para darte cuenta de que la vida no se trata solo de mantener una armonía perfecta, sino también de navegar la belleza y la incertidumbre de la tormenta, para que cuando nos tomemos de la mano, el arcoíris pueda volver.
© Paola Rivas 2024-10-05